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En el viejo Mississippi
Toma mi amor como recate de tu tristeza oculta
mi pasión como deuda
de mi dicha contigo
pero dame
de beber, amor mío
la estrofa que recita
la rosa de tu pecho.
Eres como un naranjo en mitad del invierno
un naranjo encendido
tu voz un cauce de oro, un océano de oro.
Una lluvia celeste late en tu sangre y suenan
nuestras reunidas
respiraciones
igual que grandes pétalos cayendo sobre el mar
y al oírlas me vuelvo
avara de tus manos
y codicio tus labios
ambiciosa
de ti.
Por eso no me niegues
las palabras que laten parecidas a besos
en tu pecho constante
ay, dame
de beber, amor mío
la estrofa que recita como un mensaje rojo
esa rosa nocturna
que palpita en tu pecho.
Dame la noche que no intercede
Dame la noche que no intercede,
la noche migratoria con cifras de cigüeña,
con la grulla celeste y su alamar guerrero,
palafrén de la ola oscuridad.
Dame tu parentesco con una sombra de oro,
dame el mármol y su perfil
leve y ciervo,
como de estrofa antigua.
Dame mis manos degolladas por la noche que no intercede,
palafrén de las más altas mareas,
mis manos degolladas entre los altos cepos y las llamas lunares,
mis manos migratorias por el cielo de agosto.
Dame mis manos degolladas por el antiguo oficio de la infancia,
mis manos que sajaron el cuello de la noche,
el destello del sueño con metáforas verdes,
el vino blasonado que se quedó dormido.
Amor de los incendios y de la perfección,
amor entre la gracia y el crimen,
como medio cristal y media viña blanca,
como vena furtiva de paloma:
sangre de ciervo antiguo que perfume
las cerraduras de la muerte.
Hombres de los océanos
A Miguel Lodeiro
Navego
sobre trigo celeste
entre hierbas azules por los campos marinos.
Aquí son gaviotas las tórtolas
y el mirlo, cormorán.
Los que labran estos húmedos surcos
de color verde o índigo
recogen plata
si siembran
sueños
o deseos
de volver al hogar.