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La musa del arroyo
I
Cruzábamos tristemente
las calles llenas de luna,
y el hambre bailaba una
zarabanda en nuestra mente.
Al verla triste y dolida,
yo la besaba en la boca.
-¿Por qué aborreces la vida,
risa loca?
No llores, rosa carnal,
que yo robaré el tesoro
de la tiara papal
para tus cabellos de oro.-
Y un espíritu burlón
que entre las sombras había,
al escuchar mi canción
se reía, se reía…
II
De la fría fuente clara
en el sonoro cristal,
la luna brillaba igual
que una moneda de plata.
Temblaba su mano breve
de blanca y sedeña piel.
-¡Qué bonita cae la nieve
y qué cruel!-
-No tiembles yo haré un corpiño
para tus senos triunfales,
con la pompa del armiño
de los mantos imperiales.-
Y un espíritu burlón
que entre las frondas había,
al escuchar mi canción
se reía, se reía…
III
Noche de desolaciones
eterna, que llame en vano
con la temblorosa mano
en los cerrados mesones.
Lloraba un violín distante
con tanta melancolía
como nuestra vida errante.
-¡Reina mía!
Da tu dolor al olvido;
Yo te contaré la historia
de una princesa ilusoria
de un reino que no ha existido.-
Y un espíritu burlón
y cruel que en la calle había,
al escuchar mi canción
se reía, se reía…
IV
¡Triste voluntad rendida
al dolor de la pobreza!
-¡Oh la infinita tristeza
de la amada mal vestida!-
Palabra de amor que esconde
la llaga que va sangrando,
y andar, siempre andar. ¿Adónde?
¿Y hasta cuándo?
-Ya apunta la claridad…
Ya verás como se muestra
propicia y mágica nuestra
madre, la Casualidad.-
Y en la encrucijada umbría
de la suerte impenetrable,
la Miseria, la implacable,
se reía, se reía.
Schopenhauer
Viejo Schopenhauer, doloroso asceta,
siniestro filósofo y amargo poeta:
¿Por qué me dijiste
que el amor es triste, que el bien es incierto?
¿Por qué no callaste que el mundo es tan triste?
…¡Aunque sea cierto!
Yo amé a las mujeres. ¡Oh carne fragante,
senos en flor, dulce misterio sensual!
¡Yo amaba la gloria, divina y radiante,
envuelta en un áureo fulgor de ideal!
Yo amaba la vida;
pero tú dijiste que todo es dolor,
que el amor es carne sensual y podrida,
¡y ya nunca tuve ni gloria ni amor!
Y ya por el mundo voy igual que un muerto.
Tu voz emponzoña todo lo que existe.
Dime, viejo horrible, aunque sea cierto:
¿Por qué no mentiste?
Agreste filósofo de las negaciones,
yo era soñador, y crédulo, y fuerte;
tú has roto el encanto de mis ilusiones
y me das la fría verdad de la muerte.
Dice tu profunda y amarga verdad:
Vivir es dolor y angustia el amor.
¡Triste Humanidad,
amar es hacer eterno el dolor!
¡Oh sabiduría cruel, dolorida!
¿Amor es dolor?
Pero sin amor,
¡qué importa la vida!
Viejo Schopenhauer, triste enamorado
de la muerte, ¿acaso tú nunca has amado?
¿No lloraste nunca de excelsa emoción,
o es que amaste demasiado
y aún sangra tu macerado
corazón?
Amargo poeta: ¿Por qué me dijiste
que el mundo es dolor, que el bien es incierto?
¡Ya toda la vida mi alma estará triste!
Dime, horrible viejo: ¿Por qué no mentiste?
…¡Aunque sea cierto!
Los hijos
Perdonadme, hijos míos, si os di esta dolorida
existencia en un ciego minuto de placer,
acaso presentíais el dolor de la vida
cuando llorabais al nacer.
Era la primavera; florecían las rosas
y soñaba con el laurel.
En la armonía de las cosas
libaba yo, mi lírica miel.
Yo amé, la estrofa eterna de amor, del universo;
a la flor, a la estrella, a la mujer:
la inquietud de mi vida, la emoción de mi verso
erais vosotros, que queríais ser.
Fue una sed de infinito y de belleza
la que encendía mi canción;
pero hoy siento la vida, y la amarga pobreza
como una losa sobre el corazón.
Nada puedo brindaros de cuanto soñé, pobre
funámbulo del ideal;
el oro de mi sueño se ha convertido en cobre,
¡y el hambre acecha siempre en el umbral!
Yo quisiera que fuese vuestra senda florida
y que nunca gustaseis la cicuta y la hiel
que fueseis vencedores del Dragón de la vida
y que también amaseis las rosas y el laurel.
Y que sintieseis la inquietud del verso
ebrios de melodía y de emoción
que escuchaseis el ritmo cordial del universo
en la caja de música de vuestro corazón.
Que os gustase volar, y cantar, y soñar,
y las rosas mejor que las espigas;
que mirando el azul no vieseis caminar
a ras de tierra a las hormigas.
Perdonadme, hijos míos, si os traje a esta podrida
vieja bola del Mundo, por mi propio placer,
Vosotros presentíais la angustia de la vida,
Y por eso llorabais al nacer