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- Letrilla lírica
- Fluctuando en los cabellos de Lisi
- Túmulo a Colón. Habla un pedazo de la nave en que descubrió el Nuevo Mundo
- Al sueño
- A una dama bizca y hermosa
- Miré los muros de la patria mía
- A una nariz
- Amor constante, más allá de la muerte
- Fue sueño ayer, mañana será tierra
Letrilla lírica
Rosal, menos presunción
donde están las clavellinas,
pues serán mañana espinas
las que agora rosas son.
¿De qué sirve presumir,
rosal, de buen parecer,
si aun no acabas de nacer
cuando empiezas a morir?
Hace llorar y reír
vivo y muerto tu arrebol
en un dia o en un sol:
desde el Oriente al ocaso
va tu hermosura en un paso,
y en menos tu perfección.
Rosal, menos presunción
donde están las clavellinas,
pues serán mañana espinas
las que agora rosas son.
No es muy grande la ventaja
que tu calidad mejora:
si es tus mantillas la aurora,
es la noche tu mortaja.
No hay florecilla tan baja
que no te alcance de días,
y de tus caballerías,
por descendiente de la alba,
se está rïendo la malva,
cabellera de un terrón.
Rosal, menos presunción
donde están las clavellinas,
pues serán mañana espinas
las que agora rosas son.
Fluctuando en los cabellos de Lisi
En crespa tempestad del oro undoso
nada golfos de luz ardiente y pura
mi corazón, sediento de hermosura,
si el cabello deslazas generoso.
Leandro en mar de fuego proceloso
su amor ostenta, su vivir apura;
Ícaro en senda de oro mal segura
arde sus alas por morir glorioso.
Con pretensión de fénix encendidas
sus esperanzas, que difuntas lloro,
intenta que su muerte engendre vidas.
Avaro y rico, y pobre en el tesoro,
el castigo y la hambre imita a Midas,
Tántalo en fugitiva fuente de oro.
Túmulo a Colón. Habla un pedazo de la nave en que descubrió el Nuevo Mundo
Imperio tuve un tiempo, pasajero,
sobre las ondas de la mar salada;
del tiempo fui movida y respetada
y senda abrí al Antártico hemisferio.
Soy con larga vejez tosco madero;
fui haya, y de mis hojas adornada
del mismo que alas hice en mi jornada,
lenguas para cantar hice primero.
Acompaño esta tumba tristemente,
y aunque son de Colón estos despojos,
su nombre callo, venerable y santo,
de miedo que, de lástima, la gente
tanta agua ha de verter con tiernos ojos,
que al mar nos vuelva a entrambos con el llanto.
Al sueño
¿Con qué culpa tan grave,
Sueño blando y suave,
Pude en largo destierro merecerte
Que se aparte de mí tu olvido manso?
Pues no te busco yo por ser descanso,
Sino por muda imagen de la muerte.
Cuidados veladores
Hacen inobedientes mis dos ojos
A la ley de las horas:
No han podido vencer a mis dolores
Las noches, ni dar paz a mis enojos.
Madrugan más en mí que en las auroras
Lágrimas a este llano;
Que amanece a mi mal siempre temprano;
Y tanto, que persuade la tristeza
A mis dos ojos, que nacieron antes
Para llorar que para ver. Tú, sueño,
De sosiego los tienes ignorantes,
De tal manera, que al morir el día
Con luz enferma vi que permitía
El sol que le mirasen en Poniente.
Con pies torpes al punto, ciega y fría,
Cayó de las estrellas blandamente
La noche, tras las pardas sombras mudas,
Que el sueño persuadieron a la gente.
Escondieron las galas a los prados
Y quedaron desnudas
Estas laderas y sus peñas solas:
Duermen ya entre sus montes recostados
Los mares y las olas.
Si con algún acento
Ofenden las orejas,
Es que entre sueños dan al cielo quejas
Del yerto lecho y duro acogimiento,
Que blandos hallan en los cerros duros.
Los arroyuelos puros
Se adormecen al son del llanto mío,
Y a su modo también se duerme el río.
Con sosiego agradable
Se dejan poseer de ti las flores;
Mudos están los males,
No hay cuidado que hable,
Faltan lenguas y voz a los dolores,
Y en todos los mortales
Yace la vida envuelta en alto olvido.
Tan sólo mi gemido
Pierde el respeto a tu silencio santo:
Yo tu quietud molesto con mi llanto,
Y te desacredito
El nombre de callado, con mi grito.
Dame, cortés mancebo, algún reposo:
No seas digno del nombre de avariento
En el más desdichado y firme amante
Que lo merece ser por dueño hermoso.
Débate alguna pausa mi tormento.
Gózante en las cabañas
Y debajo del cielo
Los ásperos villanos;
Hállate en el rigor de los pantanos
Y encuéntrate en las nieves en el hielo
El soldado valiente,
Y yo no puedo hallarte, aunque lo intente,
Entre mi pensamiento y mi deseo.
Ya, pues, con dolor creo
Que eres más riguroso que la tierra,
Más duro que la roza,
Pues te alcanza el soldado envuelto en guerra,
Y en ella mi alma por jamás te toca.
Mira que es gran rigor: dame siquiera
Lo que de ti desprecia tanto avaro,
Por el oró en que alegre considera,
Hasta que da la vuelta el tiempo claro;
Lo que había de dormir en blando lecho
Y da el enamorado a su señora,
Y a ti se te debía de derecho.
Dame lo que desprecia de ti ahora
Por robar el ladrón; lo que desecha
El que envidiosos celos tuvo y llora.
Quede en parte mi queja satisfecha:
Tócame con el cuento de tu vara;
Oirán siquiera el ruido de tus plumas
Mis desventuras sumas;
Que yo no quiero verte cara a cara,
Ni que hagas más caso
De mí, que hasta pasar por mí de paso;
O que a tú sombra negra por lo menos,
Si fueres a otra parte peregrino,
Se le haga camino
Por estos ojos de sosiego ajenos.
Quítame, blando sueño, este desvelo,
O de él alguna parte,
Y te prometo, mientras viere el cielo,
De desvelarme sólo en celebrarte.
A una dama bizca y hermosa
Si a una parte miraran solamente
vuestros ojos, ¿cuál parte no abrasaran?
Y si a diversas partes no miraran,
se helaran el ocaso o el Oriente.
El mirar zambo y zurdo es delincuente;
vuestras luces izquierdas lo declaran,
pues con mira engañosa nos disparan
facinorosa luz, dulce y ardiente.
Lo que no miran ven, y son despojos
suyos cuantos los ven, y su conquista
da a l’alma tantos premios como enojos.
¿Qué ley, pues, mover pudo al mal jurista
a que, siendo monarcas los dos ojos,
los llamase vizcondes de la vista?
Miré los muros de la patria mía
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo; vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte;
vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
A una nariz
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.
Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce Tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.
Amor constante, más allá de la muerte
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;
Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.
Fue sueño ayer, mañana será tierra
Fue sueño ayer, mañana será tierra:
poco antes nada, y poco después humo;
y destino ambiciones y presumo,
apenas punto al cerco que me cierra.
Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa soy peligro sumo:
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo, que me entierra.
Ya no es ayer, mañana no ha llegado,
hoy pasa y es, y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.
Azadas son la hora y el momento,
que a jornal de mi pena y mi cuidado,
cavan en mi vivir mi monumento.