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Dos templos
I
Allí la Catedral, Santa imponente-,
que lanza por sus góticas ojivas
de músicas y aromas un torrente,
como el río sus ondas fugitivas.
por los ojos inmóviles del puente.
Mirad la aguja esbelta y fulgurante,
índice que señala al infinito,
y debajo la cúpula gigante
como un inmenso palio de granito.
Rompen los muros góticas ventanas,
por donde el claro sol filtra sus luces,
y se yerguen las torres soberanas
volteando entre nubes sus campanas
y rasgando los cielos con sus cruces.
Dentro, en las amplias naves,
vibran los grandes órganos dorados,
desde los cuales canta himnos sagrados
una bandada de invisibles aves.
Pueblan las hornacinas
inmóviles mujeres peregrinas
en mármoles talladas,
con las manos cruzadas
sobre sus senos mórbidos de hielo,
y se ven en las sombras perfumadas
ángeles con las alas desplegadas,
en actitud de misterioso vuelo.
Encima de marmóreos pedestales
santos de talla con sus miembros de oro
reciben todo el sol que entra a raudales
por el calado ventanal del coro,
cubierto de polícromos cristales.
Entre la sombra oscura
se adivina la trágica escultura
que representa a Cristo agonizante.
Lívido el rostro, el pecho jadeante,
fijos los mustios ojos en el cielo.
mientras, al pie su Madre acongojada,
clava en El la mirada
con expresión de horrible desconsuelo.
Y, allá, al fondo, en la sombra silenciosa,
miran a la afligida Dolorosa,
cuyo semblante arredra,
pues que delata formidables luchas,
blancos monjes, caladas las capuchas
sobre sus frentes rígidas de piedra.
¡Y debajo, en las criptas solitarias,
encima de las urnas cinerarias,
en las tinieblas mudas e imponentes,
duermen sobre sus lechos de granito
las estatuas yacentes,
acostadas de cara al infinito!
II
Ved la fábrica. ¡Cómo levanta.
en sus espaldas el terrible peso
de la ciencia del hombre, mientras canta
sus victoriosos himnos, el progreso!
Entremos. ¿Qué escucháis? Sordos rumores
de negros. y automáticos motores,
trepidación de máquinas vibrantes,
silbidos de vapores
y estrépitos de ruedas jadeantes.
Mirad. ¿Qué veis? Eléctricos carretes,
verdes bobinas, finos estiletes,
laberintos. de férreos engranajes,
poderosos montajes
provistos de acerados cojinetes;
densos vapores que furiosos rugen,
encendidos hogares que llamean,
hélices que voltean
y automáticos émbolos que crujen,
vapores que las válvulas despiden,
calderas imponentes,
ruedas veloces que el vapor impulsa,
sensibles galvanómetros que miden
lea varía intensidad de las corrientes
con su flecha convulsa.;
ferrados cinturones
que a los tubos metálicos abarcan
para evitar terribles explosiones,
y obedientes manómetros que marcan,
con su aguja, de hierro, las presiones;
vigorosas correas.
moviendo a un tiempo miles de poleas;
hercúleos cabrestantes,
y prensas gigantescas
movidos por titánicos volantes,
vertiendo luz y eternizando ideas….
III
En ambos templos se tributa culto
a ese ser misterioso,
presente siempre… ¡pero siempre oculto!
Por eso El, en los mañanas,
cuando el sol baña cumbres y praderas,
repican en las torres las campanas
y en las fábricas silban las calderas.
Por El encienden los humanos seres
sus dos únicos santos luminares;
¡el humeante hachón de los altares
y la eléctrica luz de los talleres!
Mas… ¡de qué sentimientos tan contrarios,
de qué opuestas ideas
se hablarán, en los cielos solitarios,
las cruces de los blancos campanarios
y el humo de las rojas chimeneas!