Jorge Manrique (1440-1479) 


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Coplas a la muerte de su padre 

                  I

  Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
  contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
  tan callando;
  cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
  da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiere tiempo pasado
  fue mejor.

                    II

  Pues si vemos lo presente
cómo en un punto s’es ido
  e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
  por pasado.
  Non se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
  lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
  por tal manera.

                    III

  Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
  que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
  e consumir;
  allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
  e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
  e los ricos.

            INVOCACIÓN

                    IV

  Dejo las invocaciones
de los famosos poetas
  y oradores;
non curo de sus ficciones,
que traen yerbas secretas
  sus sabores.
  Aquél sólo m’encomiendo,
Aquél sólo invoco yo
  de verdad,
que en este mundo viviendo,
el mundo non conoció
  su deidad.

                    V

  Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
  sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
  sin errar.
  Partimos cuando nascemos,
andamos mientras vivimos,
  e llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos,
  descansamos.

                    VI

  Este mundo bueno fue
si bien usásemos dél
  como debemos,
porque, segund nuestra fe,
es para ganar aquél
  que atendemos.
  Aun aquel fijo de Dios
para subirnos al cielo
  descendió
a nascer acá entre nos,
y a vivir en este suelo
  do murió.

                    VII

  Si fuese en nuestro poder
hacer la cara hermosa
  corporal,
como podemos hacer
el alma tan gloriosa
  angelical,
  ¡qué diligencia tan viva
tuviéramos toda hora
  e tan presta,
en componer la cativa,
dejándonos la señora
  descompuesta!

                    VIII

  Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
  y corremos,
que, en este mundo traidor,
aun primero que muramos
  las perdemos.
  Dellas deshace la edad,
dellas casos desastrados
  que acaecen,
dellas, por su calidad,
en los más altos estados
  desfallecen.

                    IX

  Decidme: La hermosura,
la gentil frescura y tez
  de la cara,
la color e la blancura,
cuando viene la vejez,
  ¿cuál se para?
  Las mañas e ligereza
e la fuerza corporal
  de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega el arrabal
  de senectud.

                    X

  Pues la sangre de los godos,
y el linaje e la nobleza
  tan crecida,
¡por cuántas vías e modos
se pierde su grand alteza
  en esta vida!
  Unos, por poco valer,
por cuán bajos e abatidos
  que los tienen;
otros que, por non tener,
con oficios non debidos
  se mantienen.

                    XI

  Los estados e riqueza,
que nos dejen a deshora
  ¿quién lo duda?,
non les pidamos firmeza.
pues que son de una señora;
  que se muda,
  que bienes son de Fortuna
que revuelven con su rueda
  presurosa,
la cual non puede ser una
ni estar estable ni queda
  en una cosa.

                    XII

  Pero digo c’acompañen
e lleguen fasta la fuesa
  con su dueño:
por eso non nos engañen,
pues se va la vida apriesa
  como sueño,
e los deleites d’acá
son, en que nos deleitamos,
  temporales,
e los tormentos d’allá,
que por ellos esperamos,
  eternales.

                    XIII

  Los placeres e dulzores
desta vida trabajada
  que tenemos,
non son sino corredores,
e la muerte, la celada
  en que caemos.
  Non mirando a nuestro daño,
corremos a rienda suelta
  sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta
  no hay lugar.

                    XIV

  Esos reyes poderosos
que vemos por escripturas
  ya pasadas
con casos tristes, llorosos,
fueron sus buenas venturas
  trastornadas;
  así, que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
  e perlados,
así los trata la muerte
como a los pobres pastores
  de ganados.

                    XV

  Dejemos a los troyanos,
que sus males non los vimos,
  ni sus glorias;
dejemos a los romanos,
aunque oímos e leímos
  sus historias;
  non curemos de saber
lo de aquel siglo pasado
  qué fue de ello;
vengamos a lo d’ayer,
que también es olvidado
  como aquello.

                    XVI

  ¿Qué se hizo el rey don Joan?
Los infantes d’Aragón
  ¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué de tanta invención
  como trujeron?
  ¿Fueron sino devaneos,
qué fueron sino verduras
  de las eras,
las justas e los torneos,
paramentos, bordaduras
  e cimeras?

                    XVII

  ¿Qué se hicieron las damas,
sus tocados e vestidos,
  sus olores?
¿Qué se hicieron las llamas
de los fuegos encendidos
  d’amadores?
  ¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
  que tañían?
¿Qué se hizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas
  que traían?

                    XVIII

  Pues el otro, su heredero
don Anrique, ¡qué poderes
  alcanzaba!
¡Cuánd blando, cuánd halaguero
el mundo con sus placeres
  se le daba!
  Mas verás cuánd enemigo,
cuánd contrario, cuánd cruel
  se le mostró;
habiéndole sido amigo,
¡cuánd poco duró con él
  lo que le dio!

                    XIX

  Las dávidas desmedidas,
los edeficios reales
  llenos d’oro,
las vajillas tan fabridas
los enriques e reales
  del tesoro,
  los jaeces, los caballos
de sus gentes e atavíos
  tan sobrados
¿dónde iremos a buscallos?;
¿qué fueron sino rocíos
  de los prados?

                    XX

  Pues su hermano el inocente
que en su vida sucesor
  se llamó
¡qué corte tan excelente
tuvo, e cuánto grand señor
  le siguió!
  Mas, como fuese mortal,
metióle la Muerte luego
  en su fragua.
¡Oh juicio divinal!,
cuando más ardía el fuego,
  echaste agua.

                    XXI

  Pues aquel grand Condestable,
maestre que conocimos
  tan privado,
non cumple que dél se hable,
más sólo como lo vimos
  degollado.
  Sus infinitos tesoros,
sus villas e sus lugares,
  su mandar,
¿qué le fueron sino lloros?,
¿qué fueron sino pesares
  al dejar?

                    XXII

  E los otros dos hermanos,
maestres tan prosperados
  como reyes,
c’a los grandes e medianos
trujieron tan sojuzgados
  a sus leyes;
  aquella prosperidad
que en tan alto fue subida
  y ensalzada,
¿qué fue sino claridad
que cuando más encendida
  fue amatada?

                    XXIII

  Tantos duques excelentes,
tantos marqueses e condes
  e varones
como vimos tan potentes,
dí, Muerte, ¿dó los escondes,
  e traspones?
  E las sus claras hazañas
que hicieron en las guerras
  y en las paces,
cuando tú, cruda, t’ensañas,
con tu fuerza, las atierras
  e deshaces.

                    XXIV

  Las huestes innumerables,
los pendones, estandartes
  e banderas,
los castillos impugnables,
los muros e baluartes
  e barreras,
  la cava honda, chapada,
o cualquier otro reparo,
  ¿qué aprovecha?
Cuando tú vienes airada,
todo lo pasas de claro
  con tu flecha.

                    XXV

  Aquel de buenos abrigo,
amado, por virtuoso,
  de la gente,
el maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
  e tan valiente;
sus hechos grandes e claros
non cumple que los alabe,
  pues los vieron;
ni los quiero hacer caros,
pues que el mundo todo sabe
  cuáles fueron.

                    XXVI

  Amigo de sus amigos,
¡qué señor para criados
  e parientes!
¡Qué enemigo enemigos!
¡Qué maestro d’esforzados
  e valientes!
  ¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
  ¡Qué razón!
¡Qué benigno a los sujetos!
¡A los bravos e dañosos,
  qué león!

                    XXVII

  En ventura, Octavïano;
Julio César en vencer
  e batallar;
en la virtud, Africano;
Aníbal en el saber
  e trabajar;
  en la bondad, un Trajano;
Tito en liberalidad
  con alegría;
en su brazo, Aureliano;
Marco Atilio en la verdad
  que prometía.

                    XXVIII

  Antoño Pío en clemencia;
Marco Aurelio en igualdad
  del semblante;
Adriano en la elocuencia;
Teodosio en humanidad
  e buen talante.
  Aurelio Alexandre fue
en disciplina e rigor
  de la guerra;
un Constantino en la fe,
Camilo en el grand amor
  de su tierra.

                    XXIX

  Non dejó grandes tesoros,
ni alcanzó muchas riquezas
  ni vajillas;
mas fizo guerra a los moros
ganando sus fortalezas
  e sus villas;
  y en las lides que venció,
cuántos moros e caballos
  se perdieron;
y en este oficio ganó
las rentas e los vasallos
  que le dieron.

                    XXX

  Pues por su honra y estado,
en otros tiempos pasados
  ¿cómo s’hubo?
Quedando desamparado,
con hermanos e criados
  se sostuvo.
  Después que hechos famosos
fizo en esta misma guerra
  que hacía,
fizo tratos tan honrosos
que le dieron aún más tierra
  que tenía.

                    XXXI

  Estas sus viejas historias
que con su brazo pintó
  en juventud,
con otras nuevas victorias
agora las renovó
  en senectud.
  Por su gran habilidad,
por méritos e ancianía
  bien gastada,
alcanzó la dignidad
de la grand Caballería
  del Espada.

                    XXXII

  E sus villas e sus tierras,
ocupadas de tiranos
  las halló;
mas por çercos e por guerras
e por fuerza de sus manos
  las cobró.
  Pues nuestro rey natural,
si de las obras que obró
  fue servido,
dígalo el de Portugal,
y, en Castilla, quien siguió
  su partido.

                    XXXIII

  Después de puesta la vida
tantas veces por su ley
  al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
  verdadero;
  después de tanta hazaña
a que non puede bastar
  cuenta cierta,
en la su villa d’Ocaña
vino la Muerte a llamar
  a su puerta,

                    XXXIV

  diciendo: “Buen caballero,
dejad el mundo engañoso
  e su halago;
vuestro corazón d’acero
muestre su esfuerzo famoso
  en este trago;
  e pues de vida e salud
fezistes tan poca cuenta
  por la fama;
esfuércese la virtud
para sufrir esta afrenta
  que vos llama.”

                    XXXV

  “Non se vos haga tan amarga
la batalla temerosa
  que esperáis,
pues otra vida más larga
de la fama gloriosa
  acá dejáis.
  Aunque esta vida d’honor
tampoco no es eternal
  ni verdadera;
más, con todo, es muy mejor
que la otra temporal,
  perecedera.”

                    XXXVI

  “El vivir que es perdurable
non se gana con estados
  mundanales,
ni con vida delectable
donde moran los pecados
  infernales;
  más los buenos religiosos
gáñanlo con oraciones
  e con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajos e aflicciones
  contra moros.”

                    XXXVII

  “E pues vos, claro varón,
tanta sangre derramastes
  de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganastes
  por las manos;
e con esta confianza
e con la fe tan entera
  que tenéis,
partid con buena esperanza,
quest otra vida tercera
  ganaréis.”

[Responde el Maestre:]

                    XXXVIII

  “Non tengamos tiempo ya
en esta vida mezquina
  por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
  para todo;
  e consiento en mi morir
con voluntad placentera,
  clara e pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
  es locura.”

[Del maestre a Jesús]

                    XXXIX

  “Tú que, por nuestra maldad,
tomaste forma servil
  e bajo nombre;
tú, que a tu divinidad
juntaste cosa tan vil
  como es el hombre;
tú, que tan grandes tormentos
sufriste sin resistencia
  en tu persona,
non por mis merecimientos,
mas por tu sola clemencia
  me perdona”.

        FIN

                    XL

  Así, con tal entender,
todos sentidos humanos
  conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos e hermanos
  e criados,
  dio el alma a quien gela dio
(el cual la ponga en el cielo
  en su gloria),
que aunque la vida perdió,
dejónos harto consuelo
  su memoria.