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A una conversión
Lágrimas del alma
ya se despeñan
de las altas torres
de su dureza.
Vil y endurecida
más que en mármol fuerte,
buscando su muerte
y huyendo su vida.
Dios, que no la olvida,
llama a la puerta
de las altas rocas
de su dureza.
A su puerta llama,
y dejando el lecho,
del mármol del pecho
dos fuentes derrama;
y Dios, que las ama,
llega a beberlas,
de las altas rocas
de su dureza.
Entre el blanco velo,
Dios la viene a ver,
tráele de comer
el pan de su cielo,
convierte su hielo
en lágrimas tiernas
de las altas rocas
de su dureza.
Lágrimas descienden
sobre sus enojos,
y desde sus ojos,
los de Dios encienden;
las manos le prenden,
porque hasta Dios llegan,
de las altas rocas
de su dureza.