Volver a la página de los mejores poemas de la lengua española
- Oh claro honor del liquido elemento
- Angélica y Medoro
- Entre los sueltos caballos
- Amarrado al duro banco
- Ándeme yo caliente
- La más bella niña
- Hermana Marica
- Alegoría de la brevedad de las cosas humanas
- Soledades
Oh claro honor del liquido elemento
¡Oh claro honor del líquido elemento,
dulce arroyuelo de corriente plata,
cuya agua entre la hierba se dilata
con regalado son, con paso lento!,
pues la por quien helar y arder me siento,
mientras en ti se mira, Amor retrata
de su rostro la nieve y la escarlata
en tu tranquilo y blando movimiento,
vete como te vas, no dejes floja
la undosa rienda al cristalino freno
con que gobiernas tu veloz corriente,
que no es bien que confusamente acoja
tanta belleza en su profundo seno
el gran señor del húmido tridente.
Angélica y Medoro
En un pastoral albergue
Que la guerra entre unos robles
Lo dejó por escondido
O lo perdonó por pobre,
Do la paz viste pellico
Y conduce entre pastores
Ovejas del monte al llano
Y cabras del llano al monte,
Mal herido y bien curado,
Se alberga un dichoso joven,
Que sin clavarle Amor flecha
Le coronó de favores.
Has venas con poca sangre,
Los ojos con mucha noche,
Lo halló en el campo aquella
Vida y muerte de los hombres.
Del palafrén se derriba,
No porque al moro conoce,
Sino por ver que la yerba
Tanta sangre paga en flores.
Límpiale el rostro, y la mano
Siente al Amor que se esconde
Tras las rosas, que la muerte
Va violando sus colores.
Escondióse tras las rosas,
Porque labren sus arpones
El diamante del Catay
Con aquella sangre noble.
Ya le regala los ojos,
Ya le entra, sin ver por dónde,
Una piedad mal nacida
Entre dulces escorpiones.
Ya es herido el pedernal,
Ya despide el primer golpe
Centellas de agua, ¡oh piedad,
Hija de padres traidores!
Yerbas le aplica a sus llagas,
Que si no sanan entonces,
En virtud de tales manos
Lisonjean los dolores.
Amor le ofrece su venda,
Mas ella sus velos rompe
Para ligar sus heridas;
Los rayos del sol perdonen.
Los últimos nudos daba
Cuando el cielo la socorre
De un villano en una yegua
Que iba penetrando el bosque.
Enfrénanle de la bella
Las tristes piadosas voces,
Que los firmes troncos mueven
Y las sordas piedras oyen;
Y la que mejor se halla
En las selvas que en la corte,
Simple bondad, al pío ruego
Cortésmente corresponde.
Humilde se apea el villano,
Y sobre la yegua pone
Un cuerpo con poca sangre,
Pero con dos corazones.
A su cabaña los guía;
Que el sol deja su horizonte
Y el humo de su cabaña
Le va sirviendo de norte.
Llegaron temprano a ella,
Do una labradora acoge
Un mal vivo con dos almas,
Una ciega con dos soles.
Blando heno en vez de pluma
Para lecho les compone,
Que será tálamo luego
Do el garzón sus dichas logre.
Las manos, pues, cuyos dedos
Desta vida fueron dioses,
Restituyen a Medoro
Salud nueva, fuerzas dobles,
Y le entregan, cuando menos,
Su beldad y un reino en dote,
Segunda envidia de Marte,
Primera dicha de Adonis.
Corona un lascivo enjambre
De cupidillos menores
La choza, bien como abejas
Hueco tronco de alcornoque.
¡Qué de nudos le está dando
A un áspid la envidia torpe,
Contando de las palomas
Los arrullos gemidores!
¡Qué bien la destierra Amor,
Haciendo la cuerda azote,
Porque el caso no se infame
Y el lugar no se inficione!
Todo es gala el africano,
Su vestido espira olores,
El lunado arco suspende
Y el corvo alfanje depone.
Tórtolas enamoradas
Son sus roncos atambores.
Y los volantes de Venus
Sus bien seguidos pendones.
Desnuda el pecho anda ella,
Vuela el cabello sin orden;
Si lo abrocha, es con claveles,
Con jazmines si lo coge.
El pie calza en lazos de oro,
Porque la nieve se goce,
Y no se vaya por pies
La hermosura del orbe.
Todo sirve a los amantes,
Plumas les baten veloces,
Airecillos lisonjeros,
Si no son murmuradores.
Los campos les dan alfombras,
Los árboles pabellones,
La apacible fuente sueño,
Música los ruiseñores.
Los troncos les dan cortezas,
En que se guarden sus nombres
Mejor que en tablas de mármol
O que en láminas de bronce.
No hay verde fresno sin letra,
Ni blanco chopo sin mote;
Si un valle Angélica suena,
Otro Angélica responde.
Cuevas do el silencio apenas
Deja que sombras las moren,
Profanan con sus abrazos
A pesar de sus horrores.
Choza, pues, tálamo y lecho,
Cortesanos labradores,
Aires, campos, fuentes, vegas,
Cuevas, troncos, aves, flores,
Fresnos, chopos, montes, valles,
Contestes destos amores,
El cielo os, guarde, si puede,
De las locuras del Conde.
Entre los sueltos caballos
Entre los sueltos caballos
De los vencidos Cenetes,
Que por el campo buscaban
Entre la sangre lo verde,
Aquel español de Orán
Un suelto caballo prende,
Por sus relinchos lozano,
Y por sus cernejas fuerte,
Para que le lleve a él,
Y a un moro cautivo lleve,
Un moro que ha cautivado,
Capitán de cien jinetes.
En el ligero caballo
Suben ambos, y él parece,
De cuatro espuelas herido,
Que cuatro alas le mueven.
Triste camina el alarbe,
Y lo más bajo que puede
Ardientes suspiros lanza
Y amargas lágrimas vierte.
Admirado el español
De ver cada vez que vuelve
Que tan tiernamente llore
Quien tan duramente hiere,
Con razones le pregunta,
Comedidas y corteses,
De sus suspiros la causa,
Si la causa lo consiente.
El cautivo, como tal,
Sin excusas le obedece,
Y a su piadosa demanda
Satisface desta suerte:
«Valiente eres, capitán,
Y cortés como valiente:
Por tu espada y por tu trato
Me has cautivado dos veces.
»Preguntado me has la causa
De mis suspiros ardientes,
Y débote la respuesta
Por quien soy y por quien eres.
»En los Gelves nací, el año
Que os perdisteis en los Gelves,
De una berberisca noble
Y de un turco matasiete.
»En Tremecén me crié
Con mi madre y mis parientes
Después que perdí a mi padre,
Corsario de tres bajeles.
»Junto a mi casa vivía,
Porque más cerca muriese,
Una dama del linaje
De los nobles Melioneses,
»Extremo de las hermosas,
Cuando no de las crueles,
Hija al fin de estas arenas,
Engendradoras de sierpes.
»Cada vez que la miraba
Salía un sol por su frente,
De tantos rayos ceñido
Cuantos cabellos contiene.
»Juntos así nos criamos,
Y Amor en nuestras niñeces
Hirió nuestros corazones
Con arpones diferentes.
»Labró el oro en mis entrañas
Dulces lazos, tiernas redes,
Mientras el plomo en las suyas
Libertades y desdenes.
»Apenas vide trocada
La dureza de esta sierpe,
Cuando tú me cautivaste:
¡Mira si es bien que lamente!
»Esta es la causa, español,
Que a llanto pudo moverme;
Mira si es razón que llore
Tantos males juntamente.»
Conmovido el capitán
De las lágrimas que vierte,
Parando el veloz caballo,
Pare sus males promete.
«Gallardo moro, le dice,
Si adoras como refieres,
Y si como dices amas,
Dichosamente padeces.
»¿Quién pudiera imaginar,
Viendo tus golpes crueles,
Cupiera un alma tan tierna
En pecho tan duro y fuerte?
»Si eres del Amor cautivo,
Desde aquí puedes volverte,
Que me pedirán por voto
Lo que entendí que era suerte.
»Y no quiero por rescate
Que tu dama me presente
Ni las alfombras más finas
Ni las granas más alegres.
»Anda con Dios, sufre y ama,
Y vivirás, si lo hicieres,
Con tal que cuando la veas
Hayas de volver a verme.»
Apeose del caballo,
Y el moro tras él desciende,
Y por el suelo postrado
La boca a sus pies ofrece.
«Vivas mil años, le dice,
Noble capitán valiente,
Pues ganas más con librarme
Que ganaste con prenderme.
Alah se quede contigo,
Y te dé victoria siempre
Para que extiendas tu fama
Con hechos tan excelentes».
Amarrado al duro banco
Amarrado al duro banco
De una galera turquesca,
Ambas manos en el remo
Y ambos ojos en la tierra,
Un forzado de Dragut
En la playa de Marbella
Se quejaba al ronco son
Del remo y de la cadena:
«¡Oh sagrado mar de España,
Famosa playa serena,
Teatro donde se han hecho
Cien mil navales tragedias!,
»Pues eres tú el mismo mar
Que con tus crecientes besas
Las murallas de mi patria,
Coronadas y soberbias,
»Tráeme nuevas de mi esposa,
Y dime si han sido ciertas
Las lágrimas y suspiros
Que me dice por sus letras;
»Porque si es verdad que llora
Mi captiverio en tu arena,
Bien puedes al mar del Sur
Vencer en lucientes perlas.
»Dame ya, sagrado mar,
A mis demandas respuesta,
Que bien puedes, si es verdad
Que las aguas tienen lengua,
»Pero, pues no me respondes,
Sin duda alguna que es muerta,
Aunque no lo debe ser,
Pues que vivo yo en su ausencia.
»¡Pues he vivido diez años
Sin libertad y sin ella,
Siempre al remo condenado
A nadie matarán penas!»
En esto se descubrieron
De la Religión seis velas,
Y el cómitre mandó usar
Al forzado de su fuerza.
Ándeme yo caliente
Ándeme yo caliente
Y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
Y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
El príncipe mil cuidados,
Cómo píldoras dorados;
Que yo en mi pobre mesilla
Quiero más una morcilla
Que en el asador reviente,
Y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
De blanca nieve el enero,
Tenga yo lleno el brasero
De bellotas y castañas,
Y quien las dulces patrañas
Del Rey que rabió me cuente,
Y ríase la gente.
Busque muy en hora buena
El mercader nuevos soles;
Yo conchas y caracoles
Entre la menuda arena,
Escuchando a Filomena
Sobre el chopo de la fuente,
Y ríase la gente.
Pase a media noche el mar,
Y arda en amorosa llama
Leandro por ver a su Dama;
Que yo más quiero pasar
Del golfo de mi lagar
La blanca o roja corriente,
Y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel,
Que de Píramo y su amada
Hace tálamo una espada,
Do se junten ella y él,
Sea mi Tisbe un pastel,
Y la espada sea mi diente,
Y ríase la gente.
La más bella niña
La más bella niña
De nuestro lugar,
Hoy viuda y sola
Y ayer por casar,
Viendo que sus ojos
A la guerra van,
A su madre dice
Que escucha su mal:
Dejadme llorar
Orillas del mar.
Pues me disteis, madre,
En tan tierna edad
Tan corto el placer,
Tan largo el penar,
Y me cautivasteis
De quien hoy se va
Y lleva las llaves
De mi libertad,
Dejadme llorar
Orillas del mar.
En llorar conviertan
Mis ojos de hoy más
El sabroso oficio
Del dulce mirar,
Pues que no se pueden
Mejor ocupar
Yéndose a la guerra
Quien era mi paz.
Dejadme llorar
Orillas del mar.
No me pongáis freno
Ni queráis culpar;
Que lo uno es justo,
Lo otro por demás.
Si me queréis bien
No me hagáis mal;
Harto peor fuera
Morir y callar.
Dejadme llorar
Orillas del mar.
Dulce madre mía,
¿Quién no llorará,
Aunque tenga el pecho
Como un pedernal,
Y no dará voces
Viendo marchitar
Los más verdes años
De mi mocedad?
Dejadme llorar
Orillas del mar.
Váyanse las noches,
Pues ido se han
Los ojos que hacían
Los míos velar;
Váyanse, y no vean
Tanta soledad
Después que en mi lecho
Sobra la mitad.
Dejadme llorar
Orillas del mar.
Hermana Marica
Hermana Marica,
Mañana, que es fiesta,
No irás tú a la amiga
Ni yo iré a la escuela.
Pondraste el corpiño
Y la saya buena,
Cabezón labrado,
Toca y albanega;
Y a mí me podrán
Mi camisa nueva,
Sayo de palmilla,
Media de estameña;
Y si hace bueno
Trairé la montera
Que me dio la Pascua
Mi señora abuela,
Y el estadal rojo
Con lo que le cuelga,
Que trajo el vecino
Cuando fue a la feria.
Iremos a misa,
Veremos la iglesia,
Darános un cuarto
Mi tía la ollera.
Compraremos dél
(Que nadie lo sepa)
Chochos y garbanzos
Para la merienda;
Y en la tardecica,
En nuestra plazuela,
Jugaré yo al toro
Y tú a las muñecas
Con las dos hermanas,
Juana y Madalena,
Y las dos primillas,
Marica y la tuerta;
Y si quiere madre
Dar las castañetas,
Podrás tanto dello
Bailar en la puerta;
Y al son del adufe
Cantará Andrehuela:
No me aprovecharon,
madre, las hierbas.
Y yo de papel
Haré una librea
Teñida con moras
Porque bien parezca,
Y una caperuza
Con muchas almenas;
Pondré por penacho
Las dos plumas negras
Del rabo del gallo,
Que acullá en la huerta
Anaranjeamos
Las Carnestolendas;
Y en la caña larga
Pondré una bandera
Con dos borlas blancas
En sus tranzaderas;
Y en mi caballito
Pondré una cabeza
De guadamecí,
Dos hilos por riendas;
Y entraré en la calle
Haciendo corvetas,
Yo y otros del barrio,
Que son más de treinta;
Jugaremos cañas
Junto a la plazuela,
Porque Barbolilla
Salga acá y nos vea;
Bárbola, la hija
De la panadera,
La que suele darme
Tortas con manteca,
Porque algunas veces
Hacemos yo y ella
Las bellaquerías
Detrás de la puerta.
Alegoría de la brevedad de las cosas humanas
Aprended, flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fuí,
y sombra mía aun no soy,
La aurora ayer me dio cuna,
la noche ataúd me dio;
sin luz muriera, si no
me la prestara la luna.
Pues de vosotras ninguna
deja de acabar así,
aprended, flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y sombra mía aun no soy.
Consuelo dulce el clavel
es a la breve edad mía,
pues quien me concedió un día
dos apenas le dio a él,
efímeras del vergel,
yo cárdena, él carmesí,
aprended, flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fuí,
y sombra mía aun no soy.
Flor es el jazmín, si bella
no de las más vividoras,
pues dura pocas más horas
que rayos tiene de estrella;
si el ámbar florece, es ella
la flor que él retiene en sí.
Aprended, flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fuí,
y sombra mía aun no soy.
Aunque el alhelí grosero
en fragancia y en color,
más días ve que otra flor,
pues ve los de un mayo entero,
morir maravilla quiero,
y no vivir alhelí.
Aprended, flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y sombra mía aun no soy.
A ninguna, al fin, mayores
términos concede el sol
si no es al girasol,
Matusalén de las flores;
ojos son aduladores
cuantas en él horas vi.
Aprended, flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fuí,
y sombra mía aun no soy.