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De la pintura
LIBRO PRIMERO
Mueve al alma un deseo que la inclina
A seguir desigual atrevimiento:
Ardor, que nos parece ser divina
Inspiración, de pretendido intento:
Si el despierto vigor, donde se afina
En mí avivase el fugitivo aliento,
Diría el artificio soberano
Sin par, do llegar pudo estudio humano.
¿Cuál principio conviene a la noble arte?
¿El dibujo, que él solo representa
Con vivas líneas que redobla, y parte
Cuanto el aire, la tierra y mar sustenta?
¿El concierto de músculos, y parte
Que a la invención las fuerzas acrecienta?
¿El bello colorido, y los mejores
Modos con que florece? ¿O los colores?
Comenzaré de aquí, pintor del mundo
Que del confuso caos tenebroso
Sacaste en el primero y el segundo
Hasta el último día del reposo
A luz la faz alegre del profundo;
Y el celestial asiento luminoso
Con tanto resplandor y hermosura
De varia y perfectísima pintura,
Con que tan lejos del concierto humano
Se adorna el cielo de purpúreas tintas,
Y el translúcido esmalte soberano,
Con inflamadas luces y distintas:
Muestras tu diestra y poderosa mano
Cuando con tanta maravilla pintas
Los grandes signos del etéreo claustro
De la parte del Élice y del Austro.
Al ufano pavón alas y falda
De oro bordaste y de matiz divino,
Do vive el rosicler, do la esmeralda
Reluce, y el zafiro alegre y fino:
Al fiero pardo la listada espalda,
La piel al tigre en modo peregrino;
Y la tierra amenísima, que esmalta
El lirio y rosa, el amaranto y calta.
Todo fiero animal por ti vestido
Va diverso en color del vano velo:
Todo volante género atrevido,
Que el aire y niebla hiende en presto vuelo:
Los que cortan el mar, y el que tendido
Su cuerpo arrastra en el materno suelo:
De ti, mi inculto ingenio, enfermo y poco,
Fuerzas alcance: yo a ti solo invoco.
De la formación del hombre
Un mundo en breve forma reducido,
Propio retrato de la mente eterna,
Hizo Dios, que es el hombre, ya escogido
Morador de su regia sempiterna;
Y la aura simple de inmortal sentido
Inspiró dentro en la mansión interna;
Que la exterior parte avive y mueva
Los miembros fríos de la imagen nueva.
Vistiólo de una ropa que compuso
En extremo bien hecha y ajustada,
De un color hermosísimo, confuso,
Que entre blanco se muestre colorada.
Como si alguno entre azucenas puso
La rosa, en bella confusión mezclada;
O del indio marfil trasflora y pinta
La limpia tez con la sidonia tinta.
… (aquí faltan versos)
Principios para adestrar la mano
Primero romperás lo menos duro
De este arte, poco a poco conquistando:
Procura un orden, por el cual seguro
Por sus términos vayas caminando.
Comienza de un perfil sencillo y puro
Por los ojos y partes figurando
La faz. Ni me desplugo de este modo
Un tiempo linear el cuerpo todo.
Un día y otro día, y el continuo
Trabajo hace práctico y despierto;
Y después que tendrás seguro el tino
Con el estilo firme y pulso cierto
No cures atajar luengo camino,
Ni por allí te engañe cerca el puerto:
Vean que el deseado fin consigas
Pereza y confianzas enemigas.
Así la universal naturaleza
Cuantos produce al esplendor del cielo
No primero los arma de firmeza,
Ni con osado pie huellan el suelo,
Que el sabor de la leche y la terneza
Funde y condensa del corpóreo velo,
Y como va creciendo el alimento
Refuerza con igual mantenimiento,
Hasta que ya crecida, llega al punto
Adulta edad, de más perfeto estado:
El sustento dispone y dalo junto
Al cuerpo y al vigor acomodado:
No quieras adornar más tu trasunto
De lo que conviniere al primer grado,
Que Cuanto, más en él te detuvieres,
Irás más pronto al otro a que subieres.
Ya que la aura segunda de la suerte
Descubre en tu favor felice agüero,
No puede según esto sucederte
¡Menos el resto que el sudor primero;
Por ende con ahínco anteponerte
Pretende entre los otros delantero,
Llevando siempre, y vencerás, por guía
La libre obstinación de tu porfía.
La elegancia y la suerte graciosa
Con que el diseño sube al sumo grado
No pienses descubrirla en otra cosa,
Aunque industria acrecientes y cuidado,
Que en aquella excelente obra espantosa,
Mayor de cuantas se han jamás pintado,
Que hizo el Buonarota de su mano
Divina en el Etrusco Vaticano.
Cual nuevo Prometeo en alto vuelo
Alzándose, extendió las alas tanto,
Que puesto encima el estrellado cielo
Una parte alcanzó del fuego santo;
Con que tornando enriquecido al suelo,
Con nueva maravilla y nuevo espanto,
Dio vida con eternos resplandores
A mármoles, a bronces, a colores.
Era perpetua noche y sombra oscura
La ignorancia, que tanto ocupa y tiene,
Cuando con llama relumbrante y pura
Esta luz clara se aparece y viene:
Vistióse de vista hermosura
El siglo inculto y rudo, á quien conviene
Con título vencer debido y justo
La fortuna edad del gran Augusto.
¡O más que mortal hombre, ángel divino!
¿O cuál te nombraré? No humano cierto
Es tu ser, que del cerco impíreo vino
Al estilo y pincel, vida y concierto.
Tú mostraste a los hombres el camino
Por mil edades escondido, incierto
De la reina virtud: a ti se debe
Honra, que en cierto día el sol renueve.
… (aquí faltan versos)
Los instrumentos necesarios para la pintura
Será entre todos el pincel primero
En su cañón atado y recogido
Del blando pelo del silvestre vero
(El bélgico es mejor y en más tenido):
Sedas el jabalí cerdoso y fiero
Parejas ha de dar el más crecido:
Será grande o mayor, según que fuere
Formado a la ocasión que se ofreciere.
Un junco, que tendrá ligero y firme
Entre dos cielos la sinestra mano
Donde el pulso incierto en el pintar se afirme,
y el teñido pincel vacile en vano:
De aquellos que cargó de Tierra-firme
Entre oro y perlas navegante ufano
De ébano o de marfil, hasta que se entre
Por el cañón, hasta que el pelo encuentre.
Demás de un tabloncillo relumbrante
Del árbol bello de la tierna pera,
O de aquel otro, que del triste amante
Imitare el color en su madera:
Abierto por la parte de delante,
Do salgas el grueso dedo por de fuera:
En él asentarás por sus tenores
La variedad y mezcla de colores.
Un pórfido cuadro, llano y liso,
Tal que en su tez te mires limpia y clara,
Donde podrás con no pequeño aviso
Trillarlos en sutil mistura y rara:
De tres piernas la máquina de aliso
De una a otra poco más que vara,
Las clavijas pondrás en sus encajes,
Donde a tu mano el cuadro alces o bajes.
De macizo nogal sazonado
Derecha regla que el perfil cuadra:
Tendrás también de acero bien labrado
(No faltará ocasión) la justa escuadra,
Y el compás de redondo fiel trabado
A quien el propio nombre al justo cuadra,
Que abriéndose o cerrando no se asienta
El salto donde el paso más se aumenta
De más de esto un cuchillo acomodado
De sus perdidos filos ya desnudo,
Que incorpore el color; y otro delgado
Que corte sin sentir fino y agudo
Los despojos del pájaro sagrado,
Cuya voz oportuna tanto pudo
De la tarpea roca en la defensa,
Cuando tenerla el fiero gallo piensa.
Sea argentada concha, do el tesoro
Creció del mar en el extremo seno,
La que guarde el carmín y guardé el oro
El verde, el blanco y el azul sereno:
Un ancho vaso de metal sonoro
De frescas ondas transparentes lleno,
Do molidos a olio [óleo] en blando frío
Del calor los defienda y del estío.
Colores en sus conchas dentro y fuera del agua.
Una ampolla de vidrio cristalina,
Que el perfeto barniz guarde, distinta
De otra, do se conserva, y do se afina
Olio, con que más cómodo se pinta:
Con estas otra que a la par destina
A la letra y dibujo, oscura tinta,
De caparrosa hecha, agalla y goma
Con el licor que da la fértil soma.
De la duración de la tinta
Tiene la eternidad ilustre asiento
En este humor por siglos infinitos:
No en el oro, o el bronce, ni ornamento
Parió, ni en los colores exquisitos:
La vaga fama con robusto aliento
En él esparce los canoros gritos,
Con que celebra las famosas lides
Desde la India a la ciudad de Alcides.
¿Qué fuera (si bien fue segura estrella
Y el hado en su favor constante y cierto)
Con la soberbia sepultura y bella
De las cenizas del esposo muerto
La magnánima reina? ¿Si en aquella
Noche oscura de olvido y desconcierto
La tinta la dejara, y los loores
De versos y eruditos escritores?
Los soberbios alcázares alzados
En los latinos montes hasta el cielo,
Anfiteatros y arcos levantados
De poderosa mano y noble celo,
Por tierra desparcidos y asolados,
Son polvo ya, que cubre el yermo suelo:
De su grandeza apenas la memoria
Vive, y el nombre de pasada gloria.
De Príamo infelice solo un día
Deshizo el reino tan temido y fuerte:
Crece la inculta yerba, do crecía
La gran ciudad gobierno y alta suerte:
Viene espantosa con igual porfía
A los hombres y mármoles la muerte:
Llega el fin postrimero, y el olvido
Cubre en oscuro seno cuanto ha sido.
Humo envuelto en las nieblas, sombra vana
Somos; que aún no bien vista desparece:
Breve suma de números que allana
La parca, cuando multiplica y crece:
Tirana suerte en condición humana
Que con nuestros despojos enriquece.
Deuda cierta nacemos y tributo
Al gran tesoro del hambriento Pluto.
Todo se anega en el Estigio lago:
Oro esquivo, nobleza, ilustres hechos.
El ancho imperio de la gran Cartago
Tuvo su fin con los soberbios techos:
Sus fuertes muros de espantoso estrago
Sepultados encierra en sí y deshechos
El espacioso puerto, donde suena
Ahora el mar en la desierta arena.
Espantoso su nombre fue, espantoso
El hierro agudo a la ciudad de Marte;
Ella lo sabe, y Trasimeno undoso,
Que en su sangre hirvió de parte a parte:
Caverna ahora del león velloso,
Do áspid sorda y cerasta se reparte,
A do no humano acento, más bramidos
De fieras resonantes son oídos.
Vos sentisteis también, menos amigos,
Los tristes hados con discurso extraño,
No tanto por los golpes enemigos,
Mas por vuestro valor último daño,
¡O Numancia! ¡o Sagunto! que testigos
Ahora sois de humano desengaño
Caísteis, más quitó vuestra venganza
Al vencedor la palma y la esperanza.
¡Que mucho si la edad hambrienta lleva
Las peñas enriscadas, y subidas,
El fiero diente, y su crueza ceba
De piedras arrancadas y esparcidas!
Las altas torres con extraña prueba
Al tiempo rinden las eternas vidas:
Hiéndese y abre el duro lado en tanto
El mármol liso, el simulacro santo.
Del gran Señor la omnipotente mano,
Que las ruedas formó del ancho mundo,
Y cuanto adorna el pavimento humano,
Y el mar, y cuanto esconde en el profundo,
No vemos que refrena, o va a la mano
De la natura el gran poder segundo,
pues todo cuanto a luz sacar le place
Acaba, y con morir su curso hace.
¿Cuántas obras la tierra avara esconde.
Que ya ceniza y polvo las contemplo?
¿Dónde el bronce labrado y oro? ¿Y dónde
Atrios y gradas del asirio templo,
Al cual de otro gran rey nunca responde
De alta memoria peregrino ejemplo?
Solo el decoro que el ingenio adquiere
Se libra del morir, o se difiere.
No creo que otro fuese el sacro rio
Que al vencedor Aquiles, y ligero
Le hizo el cuerpo con fatal rocío
Impenetrable al homicida acero,
Que aquella trompa y sonoroso brío
Del claro verso del eterno Homero,
Que viviendo en la boca de la gente
Ataja de los siglos la corriente.
Como se opuso con igual aliento
El verso grande de Marón divino,
Cuando con paso audaz de ilustre intento
De la áurea eternidad halló camino:
Puso en el trono del purpúreo asiento
La noble tinta del poeta Andino
Al magnánimo Eneas, no el inico
Pasaje, y la creciente de Numico.
LIBRO SEGUNDO
De la proporción de los hombres
Y aunque en la proporción generalmente
De los antiguos muchos difirieron,
Una intento seguir, la más corriente,
Que en las mayores obras eligieron:
Yo la vi y observé en aquella fuente
De perenne saber, de do salieron
Nobles memorias, de valiente mano,
Que ornan la alta Tarpeya y Vaticano.
Del alto de la frente, do el cabello
Se comienza a espesar obscurecido,
Hasta donde adornado de su bello
El perfil de la barba es más crecido,
Y do más bajo se avecina al cuello
En tres partes iguales dividido,
La medida será con que midieres
Grande o pequeña imagen que hicieres.
… (aquí faltan versos)
De la proporción de los animales
El estudio no menos y el cuidado
Que pusiste en humanas proporciones,
A cualquier animal representado
Aplicarás por partes y razones:
Al corzo ligerísimo, al venado,
Pero en particular a los leones
Con fuerte garra y con lanudas crines,
Y cierta ley de rigurosos fines.
El hermoso lebrel, el crudo alano,
Pintado ser de grande ornato hallo:
El jabalí espumoso, el tigre hircano,
Y otros en grande número, que callo:
Mas sobre todos ten siempre a la mano
El bizarro dibujo del caballo,
Con que tanto enriquece la pintura
El aliento, caudal y hermosura.
Pintura de un caballo
Muchos hay que la fama ilustre y nombre
Por estudio más alto ennobleciera
Con obras famosísimas, del nombre
Explica el artificio y la manera:
Solo el caballo les dará renombre
Y gloria en la presente y venidera
Edad, pasando del dibujo esquivo
A descubrirnos cuanto muestra el vivo.
Que parezca en el aire y movimiento
La generosa raza, do ha venido,
Salga con altivez y atrevimiento,
Vivo en la vista, en la cerviz erguido:
Estribe firme el brazo en duro asiento
Con el pie resonante y atrevido,
Animoso, insolente, libre, ufano,
Sin temer el horror de estruendo vano.
Brioso el alto cuello y enarcado
Con la cabeza descarnada y viva:
Llenas las cuencas, ancho y dilatado
El bello espacio de la frente altiva:
Breve el vientre rollizo, no pesado,
Ni caído de lados, y que aviva
Los ojos eminentes: las orejas
Altas sin derramarlas y parejas.
Bulla hinchado el fervoroso pecho,
Con los músculos fuertes y carnosos:
Hondo el canal, dividirá derecho
Los gruesos cuartos limpios y hermosos:
Llena la anca y crecida, largo el trecho
De la cola y cabellos desdeñosos:
Ancho el hueso del brazo y descarnado:
El casco negro, liso y acopado.
Parezca que desdeña ser postrero,
Si acaso caminando, ignota puente
Se le opone al encuentro; y delantero
Preceda a todo, al escuadrón siguiente
Seguro, osado, denodado y fiero,
No dude de arrojarse a la corriente
Rauda, que con las ondas retorcidas
Resuena en las riberas combatidas.
Si de lejos al arma dio el aliento
Ronco la trompa militar de Marte,
De repente estremece un movimiento
Los miembros, sin parar en una parte:
Crece el resuello, y recogido en viento
Por la abierta nariz ardiendo parte:
Arroja por el cuello levantado
El cerdoso cabello al diestro lado.
Tal las sueltas madejas extendías
De la fiera cerviz con fiero asalto,
Cuando con los relinchos encendías
El aire y blanca nieve, a Pelión alto:
Las matas más cerradas esparcías
Al vago viento igual de salto en salto,
En el encuentro de tu ninfa bella
Saturno volador delante de ella.
Tal el gallardo Cílaro iba en suma,
Y los de Marte atroz iban, y tales.
Fuego espiraba la albicante espuma
De los sangrientos frenos y bozales:
Tal con el tremolar de Libia pluma
Volaban por los campos desiguales
Con ánimos y pechos varoniles
Los del carro feroz del grande Aquiles;
A los cuales excede en hermosura
El cisne volador del Señor mío,
Que la vitoria cierta se asegura
De otro cualquiera en gentileza y brío.
Va delante a la nieve helada y pura
En color, y en correr al Euro frío;
Y a cuantos en su verso culto admira
La ronca voz de la Pelasga lira.
Salve, gran madre, a quien dichoso parto
Digno engrandece de corona y cetro,
Cuyo esplendor se extiende y crece, harto
Más vivo y puro que el diurno Electro:
Rendido el Persa, el Agareno y Partho
A su valor con sonoroso plectro,
Si el cielo tiene aún quien venza y quiebre
De Esmirna y Roma el presumir celebre.
Cuales en torno al carro levantado
De uncidos ferocísimos leones
Van al abrigo del materno lado
De estrellas los ardientes escuadrones:
No menor gozo tienta el pecho amado
Ver tú salir de ti tales varones,
Cuya virtud, cual el celeste fuego
Reluce, y más el gran marqués de Priego.
Este, por quien de gloria coronada
Viste de eterno honor mil ornamentos
Córdoba, de laureles adornada
Y de palmas sus altos fundamentos:
Luz de su ilustre patria levantada
Encima a cualesquier merecimientos;
Y es bien razón que en serlo de ella sea
De cuanto alumbra el sol, y el mar rodea.
Y si tú, grave cítara, pretendes
Seguir este subido heroico intento,
Y el valor celebrar, ¿dónde te enciendes
Tanto, y alzar tu voz al claro asiento?
No consienten tus fuerzas lo que emprendes,
Que pocas son, y el ya cansado aliento.
Vuelve, vuelve y conoce la carrera,
Que ya tomaste, a proseguir primera.
De la perspectiva
Si enseñarte pudiese los concetos
Escritos, y la voz presente y viva,
Los primores abriera y los secretos
Que encierra en sí la docta prospectiva:
Como extendidos por el aire y retos
Los rayos salen de la vista esquiva,
Como al término llegan de su intento,
Do paran, como en basa y fundamento.
Osaré confesar que alguna parte
El contino trabajo alcanzar puede,
Por gastar largo tiempo en aquesta arte,
Y la esperanza audaz, que al fin sucede:
De mirar dónde acaba y dónde parte
El corte de las líneas, y do quede
Señalado el escorzo, con certeza
En breve forma y con mayor belleza.
Del escorzo
Acórtase por esto y se retira
El perfil, que a los miembros ciñe y parte,
Asimismo escondiéndose a la mira
Y desmiente a la vista una gran parte:
Donde una gracia se descubre y mira
Tan alta, que parece, que allí la arte,
O no alcanza de corta, o se adelanta
Sobre todo artificio, o se levanta.
Esto llaman escorzo introducido,
Que en la habla común se entienda y nombre,
De tierras extranjeras conducido,
Trajo con la arte misma el mismo nombre:
Hora pues ni el trabajo conocido
Tal vez te haga acobardar ni asombre,
Ni la dificultad severa pueda
Romperte el paso a la sublime rueda.
La pintura de Alejandro por Apeles
¿Qué diré de la tabla que desvía
El fulminante brazo y los colores?
Vivo parece y viva fuerza envía
El golpe entre fingidos resplandores,
Al cual se rindió la Asia y la porfía
De los Parthos huyendo vencedores;
Y la pintura tan subida y nueva,
Que con relinchos su caballo aprueba.
De la cuadrícula
Bien hay donde extender la blanda vela,
Por ancho campo, donde el fin no es cierto,
Y traer mil preceptos que la escuela
Tuvo de los antiguos y concierto;
Mas mientras la intención más se desvela
Más cerca pido el deseado puerto:
Con todo descubrir el fin se debe
Del camino más fácil y más breve.
Y para mayor luz sabrás, que hay una
Industria, con que muchos han obrado,
Y acudiendo el favor de la fortuna
Y el suceso al estudio y al cuidado:
Sus pinturas ilustres una a una
Las colocaron en tan alto grado
Tan firmes, que la fuerza no ha podido
Del tiempo obscurecerlas, ni el olvido.
Harás de cuatro listas bien labradas,
Que entre sí puedan encajarse, un cuadro,
Y por iguales trechos señaladas
A la redonda sean del recuadro:
De señal a señal atravesadas
Vayan las hebras a encontrarse en cuadro;
Cual el vario ajedrez suele mostrarse
Y de ébano y marfil diferenciase.
Podrás como quisieres la figura
En tabla o en papel representarla,
En la cual se descubra en la escultura
Un movimiento vivo en que mirarla:
De suerte la acomoda en la postura,
Que habrás después con tintas de pintarla,
Si aspira el noble pecho a la alta gloria,
Que da de en siglo a siglo la memoria.
El ya dicho instrumento en medio puesto
De esta figura y de tu opuesta vista
La membrana o papel tendrás dispuesto,
Do tu dibujo con razón consista:
Un trazo suba por derecho enhiesto,
Y corra por través la ciega lista
Con otros tantos cuadros y señales,
Todas al justo, o todas desiguales;
Y luego mirarás por donde pasa
Cierto el contorno de la bella idea,
De rincón en rincón, de casa en casa
E aquella red que contrapuesta sea:
Tus cuadrados los perfiles casa
Con oscura esmaltita, do se vea
El escorzo tan con efeto,
Igual en todo al imitado objeto.
De la imitación de la naturaleza
Y pues ya sale y resplandece y dora
Con belleza de luz del nuevo día,
El cielo oscuro, la florida aurora,
Y alza la faz rosada a la aura fría:
A vos llamo, y a vos convoco ahora,
Ilustre y animosa compañía,
Que conmigo entendido aquella parte
Habéis de los principios de parte aquesta arte.
¿Mas qué me canso de pintar, si al vivo
Desfallece el matiz y a pena llega?
¿Si con humilde ingenio lo que escribo
Mal el verso declara, o mal despliega?
Del natural pretende alto motivo
Seguir, que a solo estudio no se entrega:
Del natural recoge los despojos
De lo que pueden alcanzar tus ojos.
Busca en el natural, y (si supieres
Buscarlo) hallarás cuanto buscares:
No te canse mirarlo, y lo que vieres
Conserva en los diseños que sacares.
En la honrosa ocasión y menesteres
Te alegrará el provecho que hallares;
Y con vivos colores resucita
El vivo que el pincel, e ingenio imita.
No me atrevo a decir, ni me prometo
Todas las bellas partes requeridas
Hallarse de contino en un sujeto,
Todas veces sin falta recogidas;
Aunque las cría sin ningún defeto
(A todas en belleza preteridas)
Naturaleza: tú entresaca el modo,
Y de partes perfetas haz un todo.
De las imágenes de la fantasía
En el silencio oscuro su belleza,
Desnuda de afeitadas fantasías,
Le descubre al pintor naturaleza
Por tantos modos y por tantas vías,
Para que el arte atienda a su lindeza
Con nuevo ardor, cuando en las cumbres fría
La luna enviste blanca, y en cabello
Al pastorcillo desdeñoso y bello.
Las frescas espeluncas escondidas
De arboredos silvestres y sombríos,
Los sacros bosques, selvas entendidas
Entre corrientes de cerúleos ríos,
Vivos lagos y perlas esparcidas
Entre esmeraldas y jacintos fríos
Contemple, y la memoria entretenida
De varias cosas quede enriquecida.
Predicción de sí mismo
Si dispusiese el soberano cielo,
Cuyo imperio corrige y la ley gobierna
Cuanto a luz manifiesta el ancho suelo,
Y el estado mortal siguiendo alterna,
Que después que de vuelta el leve vuelo
Del tiempo, que consume y desgobierna
Cuanto produce y cría el universo,
Viviese la memoria de mi verso:
Será quizá que entre otros desvaríos
En que dan los que aquesta humana senda
huellan, mirase los preceptos míos
Uno que alzarse a la virtud pretenda;
Y añadiendo al cuidado nuevos bríos
Levantar a su antiguo honor emprenda
Vista arte ya perdida y desechada,
Sin honra en el olvido sepultada.
¿Cómo? ¿No puede ser? Un tiempo estuvo
(Y pasaron mil años) escondida
En tanto que la niebla escura tuvo
De la ignorancia la virtud sin vida,
Hasta que aventajada mente hubo
Quien la ensalzó do ahora está subida;
Mas (como todas cosas) nunca puede
Firmarse donde permanezca y quede.
No asienta en nada el pie, ni permanece
Cosa jamás criada en un estado:
Este hermoso sol que resplandece,
Y el coro de los astros levantado,
El vago aire y sonante, y cuanto crece
En la tierra y el mar de tirado en grado
Mueven como ellos, cambian vez y asientos,
Y revuelven los grandes elementos.